Disfrutando de la Naturaleza: excursión a Peñalara
Esta mañana me levanté con ganas de escribir sobre la
Naturaleza y esa necesidad inmensa que tengo siempre de recibir un poco de sol
y respirar aire fresco. Estas ganas vienen desde ayer que fui de excursión a la
sierra de Madrid para mostrarle a una amiga la laguna de Peñalara. Me encanta
ir de excursión, sentir la Naturaleza bien cerca y ver el verde de los pinos,
escuchar los pájaros, ver el azul verdoso de los pantanos, los embalses y las
lagunas. Es más que una necesidad.
Es posible que esa necesidad por estar en contacto me venga de
chiquita, de estar siempre jugando en el pasto y los ciruelos del parque de en
frente de casa, de ir de vez en cuando a la Sierra de los Padres o a la Laguna
de los Padres o de subirme a los árboles de casa de la abuela Julia. No lo sé.
Pero la cuestión es que disfruto muchísimo de estar rodeada de Naturaleza.
La laguna de Peñalara está en la zona de Rascafría. De
camino pasamos por Navacerrada, por el embalse del mismo nombre y por el puerto
del mismo nombre. Esa zona es muy bonita en invierno cuando todo está nevado.
Solía ir todos los inviernos a jugar con las primeras nieves y el paisaje me
parecía precioso. De ahí continuamos hacia Puerto de Cotos y así llegamos al
estacionamiento del Parque Natural de Peñalara. Recomendable comer en la
pradera y sentir el aire fresquito de la sierra mientras la observamos de
frente. Yo preferí la sombra de un árbol de la parte más alta de la pradera y
mi amiga, un poco de sol.
De ahí iniciamos la marcha tras cargar agua no tratada (directa
de la Naturaleza) en nuestra cantimplora. Después de quince minutos se llega a
un paraje precioso donde se pueden ver las montañas bañadas de un verdoso
tímido que en esta época del año (verano) suele tender a ser amarillento. Pero
también hay un pequeño valle bien verde, tanto que algunos excursionistas
bromean con que es un capo de golf. Por suerte, hasta estas alturas no llegó la
máquina capitalista y sólo hay algunas vacas pastando. Preciosas, por cierto. Todas
negras excepto una que es marrón.
Después de otro rato llegamos al cruce que divide los
caminos que llevan a la laguna de Peñalara y a la laguna de los Pájaros
(excursión de más de dos horas que recomiendo por la belleza del paisaje y del
camino rocoso). Hay un puente de madera y un arroyo que hace que el paisaje sea
idílico. Si una se queda en silencio y se acerca a las rocas bañadas por esa
agua de deshielo y se deja arrullar por el sonido de la pequeña cascada natural
se puede sentir un momento de verdadero placer. Y qué es la vida sino un cúmulo
de esos momentos placenteros. A eso le llamo yo disfrutar de la vida.
A continuación caminamos por un sendero de madera que nos
lleva a una zona rocosa que termina en la laguna de Peñalara. Ha pasado casi
una hora. La laguna es pequeña y está casi sin agua pero merece la pena haber
llegado hasta ahí sólo por ver el paisaje: la sierra se impone ante nosotros
con su grandeza, los escaladores parecen pequeños palitos ante semejante roca y
en lo alto vemos algo blanco que asoma. Es nieve, dicen algunas. ¡Cómo va a ser
nieve si estamos en julio y con el sol como pega! Pues sí, al parecer son
neveros que salen de la roca, acumulación de nieve o más bien hielo que con su
blancura contrasta con el gris de la roca. Así lo confirman unas señoras que
rondarán los setenta años que han hecho la misma excursión que nosotras.
Extasiadas por la belleza de la Naturaleza comemos algo más
y nos dejamos arropar por el paisaje durante un ratito de siesta para emprender
el camino de regreso al estacionamiento. Y ahora a Segovia para que mi amiga
vea el famoso acueducto romano y para tomar un café que con el solcito nos
vamos a volver a quedar dormidas. Pero Segovia es otra historia…
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